martes, 29 de octubre de 2013

Vino Tinto


Por: Yael Atletl Bueno Rojas


Corría de prisa, pensando en aquello que venía de tras de mí, voltee y la oscuridad reinaba, temí haber caído en su trampa, lo escuchaba cerca, sus pasos pesados tras los míos, me alcanzaría y no lograría sobrevivir. Seguí corriendo, mi corazón latía intensamente, pasaba de cuarto en cuarto procurando cerrar cada puerta que pasaba para evitar que me alcanzara. En un acto de idiotez, me metí al closet con la velocidad de un tigre y tomé este libro que se hallaba entre la ropa.

Ahora, lo escucho pasar frente al closet, pero se aleja, mi truco ha funcionado.

Puedo escribir en paz relativa.
Todo comenzó hace seis horas, en la casa de un amigo de mi abuelo, su casa estaba llena de armaduras, banderines, libreros, muebles estilo veneciano, quinqués y candelabros en todos lados. Estaba emocionado, su casa era en sí una mansión, con pinta de ser castillo. Mi abuelo y su amigo Tom charlaban, mientras yo estaba atónito viendo las pinturas y leyendo las portadas de los libros que se hallaban en las estanterías.

Me sentí como un niño de 9 con juguete nuevo, pero lo malo era que yo no conservaría nada de eso, era una sensación de emoción efímera. Mi abuelo me llamó, su amigo Tom nos iba a dar un paseo por su mansión y al final nos enseñaría su secreto. Yo estaba seguro que al final nos enseñaría un gran cofre lleno de oro o algo así, que ingenuo.

Nos llevó a su biblioteca privada, un lugar relativamente pequeño en comparación al patio, en el que fácilmente podría caber una docena de elefantes de manera holgada. La biblioteca era más alta que larga, había escaleras verticales de por lo menos 4 metros que te daban acceso a las estanterías más altas. Esto es irrelevante, tengo muy poco tiempo como para esto.

En sí, todo estaba bien hasta que llegamos al patio interior, en el que había una gran fuente en el centro, una figura femenina con cara demasiado redonda y ojos exageradamente sesgados se erguía sosteniendo una jarra, de la cual salía el agua.
El patio estaba lleno de canales en el piso, el agua siempre fluía y se veía bastante cristalina. Cuando yo me fijaba en los canales, vi una figura correr por un pasillo, retrocedí un poco y tropecé, Tom me ayudó a pararme y nos guió al cuarto sorpresa. Bajamos las escaleras del patio interior. Ahí se encontraba una puerta de madera, con cerradura de oro y decorados de plata, Tom la abrió con una llave con incrustaciones de joyas y nos dio una lámpara de petróleo a cada uno, antes de que pasáramos nos dijo: 

“Están a punto de presenciar el hallazgo más preciado que he hecho en esta mansión, pisen con cuidado”.

 Eso de hallazgo me pareció muy sospechoso. Algo simplemente andaba mal. Al entrar, olí un aroma a azufre y vino viejo, el aroma era muy pesado y abundaba en la habitación, que estaba inmersa en una profunda oscuridad, incluso con las tres lámparas, yo no lograba ver más allá de 5 metros de mi nariz. El cuarto era enorme, pero tras unos cuantos pasos, logré ver, además del suelo, un enorme barril de madera, del cual se derramaban gotas de vino tinto por una llave, Tom se acercó al barril y cerró la llavecilla de madera. Lo oí susurrar: “No puede ser”.

Naturalmente, pensé que se había servido un poco de vino y había dejado mal cerrada la llavecilla, cosa que lo había hecho enojar bastante. Se paró y explicó: 

“Hace unos 150 años, mi familia hizo esta cosecha de vino, la puso a añejar aquí, pero el único que sabía de la llave era mi abuelo Francisco, después de su muerte toda la familia buscó desesperadamente la llave, de manera que incluso mi padre y mi tía Margaret pelearon a muerte hasta que mi tía calló del segundo piso y se fracturó la columna, jamás volvió a caminar. La familia se separó y ni siquiera sé que fue de mis hermanos. Ahora, después de cuarenta años de reconstrucción, he logrado hallar la llave. Se preguntarán, ¿Por qué no solo tiramos la puerta? La respuesta…” se detuvo y tiró la llave, estaba estupefacto, su rostro exhibía un profundo horror, sus ojos estaban quietos, lagrimeando, fijos en la oscuridad. De repente le dio un tic en el ojo izquierdo y con mucho esfuerzo logró articular las últimas palabras de su vida “…es él”. Una sombra veloz distanció a mi abuelo de mí mientras esta se dirigía hacia Tom el cual gritó y corrió tanto como pudo, hasta que su lámpara dejó de iluminar el cuarto. Corrí, traté de recordar el camino, vi hacia mis lados y hacia atrás, pero tampoco podía ver la lámpara de mi abuelo. Fue lo peor que sentí en mi vida. Después de vagar por las tinieblas, vi la luz del patio interior y corrí hacia ella, cerrando la puerta de la bodega de vinos al salir. Miré la estatua, la mujer de la cara rara había perdido tanto cabeza como el brazo que sostenía la jarra, el agua se había tornado de color rojo oscuro, casi café, y en el piso, yacía un libro forrado de piel gastada. El titulo estaba en latín, pero el nombre del autor no. “Francisco Delán Atorde Gonzáles”. El libro se hundió en el suelo de piedra, que parecía disfrutar tragarse aquel libro. Subí las escaleras, pasé varios pasillos y busqué desesperadamente la salida, pero cuando encontré el vestíbulo principal me percaté de que la puerta había desaparecido y había quedado una pared en su lugar. Me sentí aterrado, traté de romper una ventana, pero incluso tras lanzarle una silla, esta no se dañó en lo mínimo, incluso la silla se partió en pedazos. Me había pasado al menos una hora buscando una manera de salir, pero lo único que hallaba eran cucarachas, cucarachas en todos lados, yo estaba desesperado, una desesperación fatal, decidí subir al ático, techo, azotea o a lo que tuviese esta choza, para de ahí poder salir, aunque fuese tirándome. Avancé lentamente, para no llamar la atención o hacer ruido, pero a medio camino, la luz empezó a disminuir, el aire a oler a azufre y la temperatura a bajar. Encendí mi lámpara de petróleo y continué, de repente escuché pasos detrás de mí, pasos pesados y lentos, como si un coloso paseara por la casa, me eché a correr y los pasos aumentaron el ritmo, me seguía, pasé por un centenar de cuartos, escuchando el terrible caminar de la criatura asesina, hasta que logré entrar a este armario.

Ahora escucho los pasos de nuevo, vienen para acá, su respirar es tan fuerte que aturdiría a cualquiera, … 

…está en frente del armario,

pensé que se iría, pero…

…se ha detenido.

Continuará...