Era un día
cualquiera en la prisión federal No.12.
Los presos se
comportaban como tal, llevaban a cabo las actividades que les correspondían,
las que se les antojaban.
Todo era
normal hasta que llego aquel tipo a mi celda. Jamás lo vi llegar, cuando regresé
de ejercitarme ahí estaba él.
Era un Joven,
dieciocho años de edad máximo. Su cara denotaba cierta tristeza y amargura,
causaba pena verle. No tenía cara de asesino. Su vestimenta, por otro lado, era
algo excéntrica, parecía uno de esos detectives encapuchados, no sé ni cómo lo
dejaron entrar con tanta cosa encima, llevaba un sombrero negro y un saco que
le llegaba hasta las pantorrillas.
Me senté a su
lado y como buen asesino que fui, le pregunté por sus delitos para saber si era
de los míos o no.
Se paró
inmediatamente. Su expresión cambió, todo aquel empeño de mostrarse triste se
había ido. Ahora veía una cara distinta.
Me vio
directamente, sus ojos parecían ser los de un lunático, tratando de ver a
través de mí como si yo no estuviera.
Pronunció de
manera placentera los acontecimientos….
“Yo tenía un
amigo… un amigo nunca me olvidaré… él no sabe dónde estoy ahora… pero se
enterará más tarde…
Yo era
normal, una persona común, no tenía grandes planes para el futuro ni nada por
el estilo…
Yo pensaba
que el día era mejor que la noche…
Hasta que ese
amigo me hizo un trato.
Me ofreció
tres mil quinientos cuarenta para vigilar a un amigo de su novia, del cual
tenía celos…
…al principio
fue algo difícil. Pero tras unos días de entrenamiento me convertí en una
sombra andante… podía seguirlo a donde se me placiera… y el jamás se enteraba.
Un día mi
amigo llegó muy triste a la uni… temía que su novia estuviera con “su amiguito”.
Así que fui, me escabullí entre la gente y me preparé para cualquier cosa que
viese. Ya me sabía su rutina. Aunque nunca había hecho nada con la novia de mi
amigo, siempre quise asegurarme de que no estuviera triste, porque cuando
alguien está triste me entristezco yo…
… y entonces
lo seguí. Los había encontrado en el parque. Repentinamente se fueron. Los
seguí hasta un callejón vacío, él la tomo de los brazos. La estaba obligando… y
pensé en ayudarla. Me cubrí el rostro con un pañuelo viejo y tomé una botella
del piso. Salí, me dejé ver. Y fue entonces cuando él la soltó. Y ella no hizo
nada. Sólo sonrió de forma maquiavélica, ¡Me habían tendido una trampa!
¡Maldita zorra!
¡En mis
cuatro años que llevo de detective privado nadie me ha vuelto a descubrir!
¡Sólo ese maldito idiota y su estúpida amiga!
Pero la
historia no acaba ahí obviamente…
Yo sabía que
ella engañaba a mi amigo.
Pero mi
misión era cuidarla, así que hice lo único que pude.
Hui, subí por la herrería de una casa y me escapé
por los tejados.
A la noche
siguiente, yo iba preparado. Me había puesto esta gabardina negra y este mismo
sombrero… pero esa vez me llevé el arma de mi tío. Estaba dispuesto a hacer
todo para evitar alguna alarma.
Él estaba
caminando solo de regreso a casa, por el camino de siempre. Así que lo esperé
en un pequeño callejón por el que siempre pasaba sin miramientos.
Pasó de
largo, lo seguí, me acerque a él y le
puse el arma en la cabeza. Lo conduje hasta el callejón y ahí mismo le dije:
-Te lo diré
en tu idioma. No te quieras pasar de listo cabrón. Mira, haremos algo, tú le
dices a tu amiguita que yo te seguía por las broncas que tienes con la otra
banda y haces que se olvide del asunto. ¿Por qué no decirle lo que estoy
haciendo? A mí me pagan por seguirte y para no ser descubierto, así que si tú
haces que me descubran me voy a quedar sin chamba. Y sin chamba ya no me
importa que estés vivo….
Ah y otra
cosa, si vuelves a intentar pillarme, si vas de marica a acusarte con la
policía; si intentas hacerle algo o si ella le dice algo a su novio y me
despide, piénsate muerto.
Y entonces,
como se solía decir; vas a estar bien pinche muerto nene.
No te
voltees. Acuéstate. Eso. Ahora, recuerda el trato, si tu abres el hocico terminarás
en una fosa común, ¿Cámara?-
Y así lo
dejé. Tumbado en el piso del callejón.
Días más
tarde, él fue a decirle a la policía que había un lunático persiguiéndolo. Fui
acechado dos días. Pero finalmente cumplí mi promesa.
Era un día
como cualquier otro, él estaba más tranquilo, pensó que la policía me había
asustado y yo había huido del país o algo así.
Lo quería
muerto. Pero quería ver su rostro al morir, así que opté por hacer todo más
placentero; entré a su casa por aquella ventana que siempre deja mal cerrada,
lo suficiente como para que un ladrón piense que está cerrada pero no lo
suficiente como para que no se abra.
Mi arma
estaba lista, la bala estaba enrollada en papel para que el arma no fuese
identificada y el silenciador estaba en perfectas condiciones. Esperé a que entrara en su cuarto. Al cabo de
un tiempo se adentró en la recámara a obscuras, y prendí la luz. Deje que viera
mi rostro, mi mano empuñando el arma. Se quedó inmóvil y cerró los ojos.
Disparé. Un tiro perfecto, justo al centro de la frente, le quitó la vida en un
segundo. La sangre despedida por la bala se había impregnado en el espejo y la
bala se hallaba en el suelo, justo a un lado del cadáver. Tomé la bala en todo
caso.
No quería
dejar rastros, así que tomé un tanque de gas de la cocina y lo arrastré hasta
el cuarto. Salí por la ventana. Tomé mi
arma y le disparé al tanque de gas desde la azotea del edificio de enfrente. En
ese momento entraban dos personas. Mi amigo y su novia.
La explosión
los deshizo. Yo mismo me arrepentía de mis actos.
Pero tuve que
seguir adelante pese a todas las adversidades.
Y ahora…
estoy aquí. Pero no porque la policía me
haya arrestado. Si no porque vengo a hacer limpieza del lugar. Vine a hacerle
paso a un amigo.
Y si no te
importa… voy a trabajar.”
En ese
momento me golpeó en la cabeza y me ató de manos y pies. Dos tipos pasaron con
sus cuernos de chivo a abrirle la celda al encapuchado.
Pasó un
policía frente a la reja. Ese tipo le disparó en la cabeza y tomó las llaves y
su arma. Pronto empezaron más tiros. Pude ver como tiroteaban a todos en las
celdas, a los policías. Era un mar de sangre.
Después de
unas dos horas cesaron los disparos.
Ahora llegaba
el encapuchado y un tipo con la cara quemada. El encapuchado me soltó y el de
la cara quemada me dio un cuerno de chivo. Y sin soltarlo me dijo. “¿Te vienes
o te rajas?”
Justo ahora voy en camino a
convertirme en parte de una fosa común. Mi sangre se unió con la sangre de toda la
prisión.
Y no fue
porque el tipo se rajara, que de hecho no lo hizo, sino porque tardó mucho en
contestar.
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