martes, 12 de noviembre de 2013

Te recuerdo.

Ayer te vi. Parada ahí, en esa esquina en la que sueles tomar la combi. Estabas parada de manera dulce e inquieta.
Llegó la combi y subiste, saludando a todos los que iban dentro como acostumbras.

Hace tres días te vi bromear con tus amigas y sonreír, sonreír como solo un ángel lo haría.

Hace una semana trabajé en equipo contigo. Perdóname por no hablar mucho, me daba pena hablarte.

Hace diez días te vi en la cooperativa tratando de comprar. Me da lastima no haberte podido ayudar. Desde el salón vi que terminó el receso y no conseguiste comprar nada.

Hace veinte días, modifiqué la lista de la profesora de matemáticas para que no reprobaras, porque no lo mereces. Ni lo merecerás.

Hace un mes, llegaste. Vi tu rostro, tu belleza resaltó inmediatamente, me quedé perplejo, incrédulo. Poco a poco (En realidad de mucho a mucho) fuiste adquiriendo, sin querer, mi cariño, mi amor.

Vi tu carisma, vi como te preocupabas por los demás, como hacías amigos en un santiamén, como lograbas animar a todos hasta en las situaciones más desfavorables. 

Te vi llorando con tus amigas en más de una ocasión. 
Me enamoré de ti, de tu belleza y de tu forma de ser.

Eras perfecta.
Hoy, escribo esta carta en tu memoria, porque siempre en mi corazón, un corazón que desearía haber sido amado por el tuyo; y en el de los demás, todas aquellas personas que has apoyado, has animado y con las que has llorado.

Ninguno de nosotros te olvidará. Lo juro.

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